miércoles, 27 de febrero de 2013

ANIMACIÓN Á ESCRITURA


El paso del tiempo

CONGELAR EL TIEMPO

Abro la nevera, tiene escarcha al fondo y huele raro. Observo que hay restos de restos. Comidas atrasadas a las que trato de poner fecha para desechar o aprovechar. Los platos, cubiertos con film transparente, parecen pedir clemencia, allí hace mucho frío y llevan tiempo esperando un paladar calentito que los transforme para no perecer. Ya se sabe, la materia no se crea ni se destruye… bla, bla, bla, que no se yo si esto será cierto, y de serlo tampoco me consuela porque yo quiero ser yo y no transformarme en otra cosa. Los recipientes plásticos se insinúan y por ello son más apetecibles que los prosaicos platos tapados con film, tan evidentes de contenido. Luego están las tarteras ocultando su secreto a tapa y espada, no hay nada mejor para el estímulo del deseo que lo oculto, la sorpresa. Aunque ésta, una vez descubierta, corte el flujo de las glándulas salivares que se esperaban otra cosa.

Ahora le toca el turno a los yogures, cuatro caducados y tres a punto de. En la bandeja de la verdura encuentro un repollo rizado ya sin rizos, con una permanente pegajosa y caduca del color de la tierra de donde salió tan verde. Las zanahorias son una masa blanda que se funde con la bolsa que las contiene en un cóctel listo para ser desechado sin abrir siquiera, so riesgo de provocar arcadas innecesarias. En la zona franca de los embutidos se salvan por los pelos cuatro chorizos y un envase al vacío de jamón serrano que caduca mañana. El resto son ruinas de otros tiempos y de otras guerras, auténticas fosilizaciones en estado puro o piezas menguadas hasta casi la reducción jíbara.

Así que, desanimada, cierro de golpe la nevera, ya sin apetito y sin trazas de tenerlo en tiempo, saturada y harta de tanto y tan variado repertorio culinario sin futuro o con escaso futuro. Y salgo de la cocina.

Enciendo el televisor, un barrido de mando por los canales me devuelve a mi anterior estado de inapetencia. Nada que valga la pena y más de lo mismo: peor que ayer pero menos que mañana. Todo insano, caducado o tóxico. Huele (virtualmente, se entiende) como mi vieja nevera, o peor.
Contaminada por tan rancio y enrarecido oxígeno me decido a salir a tomar el fresco, así que me visto adecuadamente para el adverso tiempo atmosférico que el parte metereológico amenazaba: nublados con riesgo de precipitaciones y cinco grados de temperatura. Me miro al espejo. Bien el jersey de cuello vuelto y la bufanda, excelente el abrigo con cuello de piel y el gorro a juego, pero… ¿y estas ojeras?
Me miro detenidamente. No son sólo las ojeras, mi cara es un pergamino antiguo. Mis ojos tienen el brillo de los peces muertos, mi cutis está cubierto de hojas-mancha de un otoño feroz que se ha comido sin piedad todas mis estaciones y, ya saciado, deja los últimos restos sanos para un invierno que llama con urgencia.
Pienso en la nevera y en los yogures caducados.
Arreglo bien la bufanda alrededor de mi cuello y ladeo un poco el sombrero. La calle refresca mis pensamientos. El frío y la humedad despiertan la artrosis que grita como una bisagra mal aceitada. Además está la pesadez en las piernas, las varices que están que muerden. Gracias al bastón, ayuda a apuntalarme.
De nuevo viene a mi mente la vieja nevera y el artilugio en forma de ariete que tuve que
agenciarme para que cerrara debidamente. Ya va siendo hora de cambiarla, me dije. El otro día tropecé con el travesaño y casi me cargo la cadera no operada.
Me dirijo a la tienda de electrodomésticos, en el escaparate hay una flamante nevera americana, doble puerta y dispensador de hielo y de agua. Esta es la que yo quiero, pensé mientras mi reflejo, distorsionado por los años, sobre su superficie de brillante acero me devolvía el recuerdo de las fiambreras, platos y tarteras a punto de estropearse.
Decididamente me la compro, me dije, mientras unas lágrimas se asomaron a mis ojos y no se atrevieron a salir, por el frío, supongo. O tal vez por la ilusión contenida de estrenar nevera… americana , de dos puertas y con dispensador de agua y hielo.
Angela Fernández.

3 comentarios:

  1. Paréceme magnífico o teu relato,con esa descripción de nevería e os alimentos destragados que e unha metáfora case subliminal da vellez paréceme fantástica e logo o final,a compra do frigorífico novo coma a ilusión inalcanzable de recuperar o tempo.... EMCANTAME.

    ResponderEliminar
  2. Aqui ando tentando ter a vida que me deixa esta pegañenta gripe pero hoxe nin a febre me impidiu disfrutar deste luxo de relato !canto me gusta o "dese outono feroz que se comeu sen piedade todas as estacións"
    "decididamente me la compro" ¿Quen non expirimentou o efecto sanador dunha compra ,ás veces algo insignificante?
    Tes a grandisimo talento de poñer no papel todos esos sentimentos que nos son comunes.
    Noraboa, e grazas por agasallarnos con el.

    ResponderEliminar
  3. Bueno,ademais de ousar apoderarme das palabras das anteriores amigüitas, direiche que no relato uniches magníficamente con axilidade, a realidade, a irónía ..... cun vocabulario preciso para describir unha situación entre deprimente e divertida. Es unha crac, tía, chorva, chavala .....

    Tamén me sorprende moito a maneira de interpretar a mesma imaxe cada quen. Eu teño a miña para meter hoxe. Cada un, é un mundo, ben certo.

    ResponderEliminar