domingo, 17 de febrero de 2013

ANIMACIÓN Á ESCRITURA


                                                  NIÑA LEYENDO

Escribía poesías. A los pájaros, a la luna, al río, a sus pensamientos. Sus hermanos se reían de ella. Sus padres, que sólo conocían las cuatro reglas,  no entendían su lenguaje. Sólo la entendía la señorita Francisquita,  la que el pueblo llamaba La loca de la Casa Grande. Una extraña enfermedad que de joven la había trastornado, decían. La enfermedad en cuestión había sido un mal de amores que su familia había ocultado bajo un engañoso diagnóstico médico. En la Casa Grande no podían permitir que su hija única quedase embarazada, diese a luz en el extranjero y  quedase con el fruto de la deshonra para toda la vida. Por eso  le quitaron  su bebé nada más nacer y lo dieron en adopción a sus caseros, alegando ser de una parienta lejana que había muerto en el parto. Les  habían hecho jurar confidencialidad,  nadie debía enterarse, ni la pequeña.  En pago de su secreto, les entregaron una suma importante, casa  y tierras.
Ni doña Francisquita ni Alba conocían el secreto que las unía con tan importante vínculo de sangre. Pero el destino, ayudado por la proximidad (vivían en el mismo pueblo) hizo que la niña y su madre biológica se conocieran.
Alba siempre llevaba encima un cuaderno atado con un cordel a la cintura. Este hecho, extraño ya de por sí para una gente de pueblo, unido a un carácter introvertido y solitario hicieron que la catalogaran de retrasada. Además estaba aquella manía de escribir cosas raras. La veían escribiendo bajo los árboles, en los bancos del jardín, sobre la hierba, hasta mientras desayunaba, cualquier sitio era bueno para sacar el cuaderno colgado de su vestido y escribir como una poseída a los dictados del demonio (eso creían todos).
Doña Francisquita también escribía poesía. Pero nadie la veía. Se cuidaba muy mucho de ocultarse en su habitación y guardar bajo llave sus escritos. Desde que había perdido su amor y su fruto no volvió a ser la misma. Solitaria e introvertida como Alba y recluida por propia voluntad dentro de los muros de su casa, lo único que se permitía fuera  eran los largos paseos hasta el río.
Allí se encontraron por primera vez.
Y a la primera vez siguieron muchas veces más, hasta hacerse inseparables. Junto al cómplice río, que las acompañaba con su líquida música, leían  poesía. Y así llegaron a quererse tanto que un buen día las dos desaparecieron.
Los de la Casa Grande removieron  río y monte, pero fue inútil.
 Jamás aparecieron
Angela fernández

2 comentarios:

  1. Semella que estas poñendo os "deberes" ao día....

    Un relato tenro, que dalgun xeito, ainda que non estea explícito, semella ambientado noutro seculo, o mesmo nome de doña Francisquita , a Casa Grande ... trasladame a outros tempos, cun final aberto. "...Jamas aparecieron" O lector pode facernos as suas conxeturas...

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  2. "Doña Francisquita..."Ela tamen levaba un caderno atado á cintura oculto.
    Quero imaxinalas xuntas e seguramente fóra de ningun muro,habiten unha casa onde poidan ser elas mismas.

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