martes, 27 de noviembre de 2012


 

EL BURRO DE PETRA

 Cuando creí que mi capacidad para el terror ( después de mi última experiencia en un parque de atracciones) había tocado techo, hete aquí que conseguí elevarla a su cota más alta, ya imposible de superar, en mi último viaje a Jordania.
Todo el mundo conoce (aunque no haya tenido el placer de visitarla) la ciudad de Petra. Esa maravilla del mundo antiguo, fundada por los nabateos en el siglo III a. c., es  más espectacular de lo que podamos imaginar, por su singularidad y su grandiosidad.
Pero no es de Petra de lo que quiero hablar, sino de mi terrible experiencia con un burro. Si, sí, con un burro,  un animal (peludo y suave) en el que monté para subir los casi mil peldaños de un monte que lleva al llamado Monasterio, una maravilla dentro de las mil maravillas de dicha ciudad. El caso es que, para aliviar dicha subida, los beduinos ofertan sus burros para hacer la excursión más llevadera (???????).
Pobre de mí. Si pudiese volver atrás elegiría subir, no mil, sino cinco mil peldaños antes que montarme en aquel ser demoníaco que a punto estuvo de hacerme perder la vida, no sin antes someterme a la tortura montuna más sádica jamás descrita.
Estaban los burros en cuestión dispuestos para su alquiler, atados y ensillados con mantas multicolor, y después del consabido regateo llegamos al precio justo. El beduino me asignó uno, color blanco roto ( hablando en plata, color blanco desteñido) por los muchos años que llevaba encima, que tal parecía sacado de un taller de taxidermista .
Como una pieza abandonada a su suerte y llena de polvo. Por supuesto me negué en redondo a montar en dicho engendro prehistórico, así que elegí …el más brillante, lustroso y desarrollado de la manada, un hermoso ( aunque burro) animal de vivos ojos con los que parecía llamarme a montar sobre su peluda grupa. Y ahí comenzó la tragedia.
Nada más montarlo, el bicho se desprendió de sus ataduras y me llevó, en sentido contrario, hasta una pequeña loma desde donde yo, presa de pánico, grité el primer socorro. Y digo el primero porque luego hubo tantos socorros como escalones tuve que subir.
Los peldaños (o lo que fueran), de piedra irregular y resbaladiza, subían en vertical y luego cogían la curva cerrada hasta la siguiente verticalidad. Así todo el trayecto, es decir, todo el calvario. No se lo que Cristo sufrió con la cruz, pero sí se lo que sufrí yo, con las manos agarrotadas y tensas, asiendo una no-silla sin agarre, para no caer de espaldas y dejar los sesos desparramados contra el suelo.
Resulta que al chico que debía sujetar mi burro y ayudarme a manejarlo, le salió otro plan mejor, una joven rubia que parece que necesitaba más ayuda (???? ) que yo, pobre de mí, y me dejó a mi ( mala) suerte. Y mi suerte ( es decir mi desgracia) fue que mi animal se creía Fernando Alonso y, a pesar de que otros burros iban por delante, él los adelantó a todos, por las buenas y por las malas, es decir, saltándose todas las normas escritas de la circulación, y también las no escritas.
Iba en un sin vivir, con el grito de bocina y el sudor empañándome el parabrisas, perdón, la frente. Tensa como una guitarra y con el terror incrustado en las pupilas desorbitadas, pálida como la arena del desierto y blasfemando en arameo. Por más que gritaba, el beduino me  hacía caso omiso ( es lo que tienen las rubias, que descolocan los sentidos moros ) así que me vi sola, cabalgando en vertical sobre un demonio peludo, que más parecía que volaba, hasta la meta (ya no deseada) sin poder apearme ni parar el motor. Sintiendo el sonido martilleante de las pezuñas sobre las losas resbaladizas, derrapando, cogiendo las curvas tan cerradas que mis piernas rozaban los muros, viendo la altura que se  iba ganando y el precipicio que se iba mostrando como boca de lobo.
Me veía volar cabalgando por los aires, o desnucándome cuando mis manos agarrotadas soltasen la montura, rotas ya de tanta presión.
Por supuesto, llegamos los primeros, pero sin copa ni ramo de flores, ni botella de champán, más bien con un cuerpo dolorido por la tensión y un alma en pecado por las blasfemias gritadas.
Nada más bajar del burro, con las piernas aún temblando dije, como anteriormente había dicho en Port Aventura :

 A dios pongo por testigo que jamás volveré a montar en burro.
Ángela Fernández.
 

 

 

3 comentarios:

  1. Fixéchesme rir ben coa túa historia, mellor narrada que contada o que confirma as túas dotes literarias.
    Non é por disfrutar coas desgracias alleas ....
    Grazas

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  2. !!!GUAI!!!Tes que escribir máis historias destas para aledar as tardes , de choiva ou de sol, da o mesmo.
    Foi un pracer.

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  3. As tuas "desgraciadas aventuras" serán moi dramáticas cando acontecen, pero cando as relatas son DIVERTIDISIMAS.Asi que ti a sufrir e nos a rir...

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