martes, 1 de mayo de 2012

Revolución



(Fragmentos dun artigo publicado por Florent Marcellesi no diario dixital Público )
Florent Marcellesi
Activista ecologista e investigador, miembro de Equo
Ilustración de Jordi Duró

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La revolución es un sueño, una esperanza. Antes de llegar a ser cambio social o institucional, la revolución es primero un viento que recorre nuestros sueños y nuestras mentes: el de un futuro cercano o lejano, diferente y mejor, para nosotras, las generaciones futuras, los países del Sur, la naturaleza y sus seres vivos. Es una parcela de intimidad personal y colectiva que los poderes mercantiles o institucionales no nos pueden extirpar. Es una válvula de escape que potencialmente salta al mundo material como una chispa que enciende nuestros gritos de indignación y reafirma nuestra dignidad. Es el primer paso hacia la esperanza, la utopía concreta, es decir en tiempos grises una locura razonable.
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La revolución es un poder-hacer. Tomemos el poder, sí, pero no cualquier poder: el poder de hacer y de ser autónomos como sujetos y comunidades. No tendría que ser un poder de control sobre alguien, ni una sustitución de una imposición por otra, ni tampoco solo una lucha por el poder institucional. Se trata más bien de un empoderamiento personal y colectivo desde abajo: del hombre que aprende a coser, de la mujer que decide parir en casa, de un grupo de amigos que ocupan y cultivan un huerto en plena ciudad, de una red que implanta una moneda social, de las personas trabajadoras que transforman su fábrica en cooperativa, de los que luchan en contra de la privatización del agua o de los indignados del 15-M que organizan sus asambleas de barrio. Es una apuesta incierta pero decidida, individual o colectiva, local o global, pacífica y ética, para tomar las riendas de nuestras vidas y del gobierno de lo común. Dentro de un proceso constituyente consciente y subversivo, es un movimiento constante para dejar de producir injusticia e insostenibilidad y una iniciativa permanente para construir ahora y aquí justicia social y ambiental. Como decía Paul Éluard, “otro mundo es posible y se encuentra en este”.
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La revolución pertenece a la gente común. Para crear grietas, no hace falta vanguardias, ni élites profesionalizadas que hablan en nombre del pueblo pero sin el pueblo. La gente común en su diversidad es la condición sine qua non de la revolución. Sus actos de rebeldía diarios, no mediatizados, posibilitan la hegemonía cultural que tanto alababa Gramsci. ¿No nos dice Eduardo Galeano que mucha gente pequeña en lugares pequeños haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo? Sí, al mismo nivel y juntas —de una forma u otra— con aquellas personas y organizaciones que alientan huelgas generales, del consumo o de los cuidados. ¡Rompamos de una vez la división entre activistas y no activistas, de entre los que han visto la luz y las masas ignorantes! Todas y todos somos gente común con capacidad transformadora y con algo que enseñar a los demás. No busquemos por tanto un sujeto revolucionario único y homogéneo, mítico y inaprensible. Con empatía y modestia, ampliemos nuestra mirada al “mundo de los mundos” y, como les llama Lipietz, a todas las y los “artesanos e ingenieros de la felicidad”. Allí fuera está la multitud de actores y actrices, organizados o no, que, sin ni siquiera a veces reconocerse como tal, son las semillas del cambio y que ya practican a diario otros mundos posibles de forma ruidosa o silenciosa.
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