martes, 15 de mayo de 2012

Primavera

Ilustración: unas monedas se escapan entre los dedos de una mano


Antes los españoles sufríamos crisis de identidad en la adolescencia, la crisis de los 40 a los 35, deliciosas crisis amorosas, abstrusas crisis políticas, crisis de valores, las crisis de pito y menopausia, las crisis literarias cuando prostituían un adjetivo. Ahora solo nos queda la crisis. Sustantiva. Única. Deífica. Total.
¿Cómo estás? –preguntas a cualquiera. Nada, normal, en crisis. Todos estamos en crisis. La crisis nos ha uniformado. Somos todos iguales, sin distinción de sexo, raza, religión o cultura, a los ojos de la banca. Lo que no lograron el comunismo ni el socialismo en dos siglos largos, lo ha conseguido la crisis. Ya gozamos todos de los mismos derechos. Del derecho universal a no tener ningún derecho.
Ya no existe dios, ni diablo, ni futuro, ni vida más allá de la muerte, ni esperanza de civilización alienígena. Ya solo existe la crisis. Toda la gente habla constantemente de la crisis, los mismos tópicos, la misma cara de estupor sin voluntad de rabia, idénticos argumentos inacabados en idénticos puntos suspensivos. Somos un mudo y unánime grito de Münch de 50 millones de españoles, adelgazados por la sombra de ciprés de la crisis. La única que no está en crisis es la crisis.
Cuanto más tiempo pasa, más me doy cuenta de que lo peor de la crisis es que nos hace aburridos, predecibles, monótonos, idénticos, cargantes, repetitivos. Ya no se puede hablar de amor, de literatura, de cine, de fútbol ni de nada. Solo de la crisis. Yo estoy deseando salir de la crisis, sobre todo para volver a hablar de otra cosa. Del tiempo, por ejemplo. Me muero de ganas de volver a hablar del tiempo en el ascensor. Ay, decirle a la vecina otra vez: “coño, que parece que vuelve la primavera”.


 Artigo publicado por Aníbal Malvar no xornal dixital Público           ( Foto Google)

 

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