miércoles, 18 de enero de 2012

LOS ZAPATOS ROTOS DEL TENDAL

La madre salió con la colada, aún humeante, para tenderla al sol del mediodía. Del abultado barreño, dos pequeñas zapatillas deportivas destacaban, por sus alegres colores de parchís, del resto. Fue colgando una a una cada pieza, con el primor de la tarea bien hecha. Al llegarle el turno a los zapatos, soltó un exabrupto:
Jodidas zapatillas. Casi me dejo la piel en ellas. La próxima vez las meto en la lavadora. Qué digo, la próxima vez, las tiro, ya no dan más de sí.
Eran las zapatillas preferidas de Danielito, todo el santo verano calzándolas, así estaban las pobres, hechas unos zorros desplumados, deshilachadas y casi sin goma. La madre le puso una pinza de madera a cada una, y siguió en la misma línea:
Putas zapatillas, hasta se me rompió una uña de tanto rascar en las cabronas.
Danielito jugaba al escondite con un nuevo amigo invisible por entre la ropa tendida, para mayor enfado de su madre.
Que me vas a manchar las sábanas, sal de ahí que vas a cobrar. Hoy quedas sin merienda
Pero el niño, como corresponde a su condición, hacía caso omiso de las amenazas. Sabía que sólo eran ladridos de perro poco mordedor, como su Panchito.
Así que, seguía su juego, entre aquel mar húmedo, con olor a lavanda y a limpio.
La madre acabó su tarea y entró en la casa, aun refunfuñando.
Danielito, ahora, era el príncipe que luchaba contra los fantasmas- sábanas del castillo encantado, para liberar a la bella princesa, que, casualmente se parecía a Sarita, su guapa vecina, la que le sacaba los colores en cuanto le echaba la vista encima.
Después de un buen rato de lucha encarnizada, y alguna que otra mancha en la colada, que trató de reparar si éxito, sino todo lo contrario, el héroe quedo exhausto.
Eran las tres de la tarde de un verano excepcionalmente caluroso, así que, entre el sofoco y el cansancio, no tuvo más remedio que sacar la bandera blanca. Y se dejó caer sobre la hierba, justo debajo de una camisa de su padre, las dos zapatillas y un mandilón de su hermana. Y, aún con las últimas tácticas de guerra circulando por su pensamiento, pasó al nuevo estado, de descanso del guerrero, hasta caer en un profundo, muy profundo sueño…


-¡Qué vida más arrastrada, brother! Y nunca mejor dicho. Aunque ahora estemos suspendidos en el aire. No soporto estas pinzas, me están matando.
-Y que lo digas, hermano. Ya le vale a la tía. Mira que se ensañó con nosotros. Aún me duele la friega salvaje con el cepillo del piso. Y aún se queja de la mierda de su uña. Ojalá le rompieran todas, qué digo, ojalá que la fregaran a ella con uno de púas.
Totalmente de acuerdo Par. De todos modos, no sé si preferir el cepillo a la lavadora. Acuérdate qué mareo. Miles de vueltas en el bombo siniestro, que salimos más mareados que un borracho en un tiovivo. Además, a ver, ¿no podía dejarnos al sol en el alfeizar y no colgarnos de una cuerda, como condenados a muerte?
-Y ya oíste, Impar, la poca vida que dice que nos queda.
-Sí, querido Par, ya lo oí. No me lo saco de la cabeza. No lo quiero ni pensar… que sea la última vez que calzamos al Danielito, con lo que nos quiere.
-Ya, pero las madres son así, hermano, siempre tan prácticas.
-Tan injustas, diría yo, Par. No hay derecho, después de todos los servicios prestados…
-Ya, Impar, así es la vida del zapato: de usar y tirar.
-Que ya lo sé. Que eso no es lo que más me preocupa. Lo que más me asusta es que nos tiren por separado. Que nos separen, hermano.
-Yo siento lo mismo, brother. No concibo el final sin ti. Después de toda una vida juntos… no es justo. Los humanos no entienden. Están demasiado por encima. Sólo somos cosas para ellos. No saben que también tenemos nuestro corazoncito, aunque sólo sea de caucho.
-Y que lo digas, Par. Siempre fuiste el más listo de los dos. Hablas como un libro abierto.
-No,Impar, lo que pasa es que tú te descansas en mí, por aquello de que Danielito es diestro y me hace trabajar más. Sobre todo en el futbol. Pero, repito, yo no soy nada sin ti.
-Bueno, hermano, no nos pongamos tristes antes de tiempo. Disfrutemos de este sol del mediodía y de lo que nos quede con nuestro querido Danielito.
-Tienes toda la razón, querido Impar.

Una brisa helada, que nadie se explicó de dónde provenía, despertó con un escalofrío a Danielito, en el día más caluroso de agosto. Se levantó del suelo y miró con tristeza a sus queridas zapatillas de los colores del parchís.
Salió corriendo de debajo del tendal hasta la casa, gritando:
Mamá, por favor, nunca jamás me tires mis zapatillas.
Por favor, mamy. Seré bueno y te obedeceré toda la vida. Pero, porfi, quítame la videoconsola o el balón de futbol, o que no vuelva a ver a Sarita…( esto último no lo dijo en voz alta) pero deja que me quede mis zapatillas deportivas para siempre.

Angela Fernández




3 comentarios:

  1. Precioso conto Ánxela, cuns personaxes moi ben debuxados.
    Delicioso o diálogo entre os zapatos, que logra convertilos nos verdadeiros protagonistas da historia.
    Disfrutei moito coa súa lectura.

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  2. Xa non vou dicir, Ángela, que sempre me sorprendes porque é algo de teu.
    Encantoume pola sinxeleza, imaxinación e fondo...
    Temos unha amigaxoia.

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  3. Encantoume a tenrura do conto:esas sabas ó sol que cobraban vida na imaxinación dun neno e esa nai tan recoñecible en cada muller e o diálogo de !par" e "impar" pura filosofia...
    !PREMIO!

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