Uno y la frontera
por Uno
Uno llega desorientado a un edificio abovedado, portical. Un hombre se muerde la lengua con fría fruición delante de un ordenador. ¿Es aquí la frontera?, pregunta Uno.
–Oh, no, señor. Aún no. Esto es solo una aduana, el paso previo, como si dijéramos, necesario. Después está la frontera. No demasiado lejos, créame.
–¿Y es de verdad la frontera? –Uno se sorprende entusiasmado.
–Así es. Allí hay tierras ignotas, hay peligro, hay mujeres veloces, etcétera. Lo que usted quiera, señor.
–Yo estoy buscando… Una luz. Una luz, ¿sabe?, tan diáfana, tan amplia que me haga olvidarme de mí mismo.
–Oh. Conozco esa luz –responde el funcionario–. Esa luz se encuentra más allá de la frontera, sí señor. De eso no hay duda.
–Es fantástico. Realmente fantástico –dice Uno, y se queda pensando, preocupado–. Una cosa. ¿No habrá turistas?
–Solo usted, señor.
–¿Cómo? ¿Qué me ha llamado? –exclama Uno, y respira agitado con una mano en el estómago– Puf, puf, puf.
–Es el protocolo, señor. ¿Quiere pasar o no?
–Sí, sí quiero pasar. ¡Claro que quiero pasar! Para eso he venido.
–Muy bien. Tengo que hacerle unas preguntas. Tengo que comprobar que es usted una persona libre. Solo a ellas les está permitido el paso...........
Chantal M.
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