–¿En qué se basa?
–Pues tengo aquí como un dolor, ¿sabe? En realidad no es un dolor. Apenas una molestia. Como si hubiera comido algo en mal estado.
–¿Ha ido al médico?
–Oh, no, señor, Uno nunca haría eso.
El funcionario vuelve a escribir. Sonríe. Ya solo le queda una pregunta, le dice a Uno, un último requisito para la libertad. Piénsela bien: ¿Es usted capaz de ejecutar la libertad?, le suelta rápidamente a Uno, como si quisiera pillarle desprevenido. ¿La llevará a cabo cueste lo que cueste? No, no diga que sí. Decir que sí es fácil. Pero la libertad se ejecuta de verdad cuando se dice que no. Cuando vienen a corromperte, cuando garras voraces, demoníacas o angélicas, da lo mismo, rebuscan en tus entrañas, en tu deseo de paz interior, y pretenden traerle de vuelta al Mundo de Allí Atrás. Entonces deberá decir “no”. Usted va a entrar ahora en un lugar muy especial, un lugar, digamos, en el que puede encontrar pureza, donde existen cosas que jamás ha visto, pero donde se le juzgará y se le ninguneará, llevándolo hacia la mezquindad, hacia la pobreza de corazón. Allí incluso la atmósfera es diferente, créame, y va a sentirse extraño, como si su madre acabara de morir y a usted no le importara. Sabe de qué le hablo, ¿no es así? ¿Recuerda a su madre? ¿Recuerda lo bien que cocinaba? ¿Recuerda cuánto le importaba a ella que usted no pasara hambre?
–Así es –dice Uno–, la recuerdo. Recuerdo sus sopas, sus guisos, la manera pausada en que rebozaba los filetes. Creo que el Mundo de Allí Atrás sería un lugar aún peor si no existieran madres así, dice Uno.
–¡Pues no lo olvide, señor! ¡No lo olvide! ¡Recuérdelo porque ya no habrá más guisos ni más sopas! ¡En el lugar donde usted quiere entrar nadie sabe hacer un guiso como su madre! Eso deberá tenerlo claro cuando vengan a ofrecerle sopas y guisos o cuando pretendan rebozarle los filetes. Deberá usted rechazar esas sopas y guisos, por muy apetitosas que le parezcan. Puede usted tener hambre, quizá el aroma le haga pensar en los cuentos que le contaban para dormir, pero debe mantenerse firme, desinteresado. De lo contrario acabaría usted en el Mundo de Allí Atrás, gordo a fuerza de guisos, emponzoñado de sopas, putrefacto. Se lo aseguro. Esas sopas son de lo más peligroso.
–Como le he dicho, tengo este dolor aquí, en el estómago –dice Uno–. Ahora mismo no me apetecen sopas ni guisos.
–De acuerdo, entonces –el funcionario levanta los brazos como si fuera a abrazar a Uno, pero parece arrepentirse y le tiende una mano carnosa y velluda, de uñas largas–. Enhorabuena. Puede pasar. Mire, mire hacia allí. Siga esa carretera y llegará a la frontera.
–¿Y está muy lejos?
–No, señor. A la vuelta de la curva.
–¿De qué curva?
–De aquella curva, quizá de la siguiente, como mucho de la próxima.
–¡Estoy tan emocionado! –dice Uno, dubitativo frente al funcionario, como si no supiera despedirse de él. Finalmente, paga la tasa que el marcador digital señala y sale de la aduana............
!!!UI!!!Hai que pagar unha tasa e despois seguir por estradas secundarias...
ResponderEliminarO detalle das unllas longas non é moi tranquilizador a verdade.