Escribía
poesías. A los pájaros, a la luna, al río, a sus pensamientos. Sus hermanos se
reían de ella. Sus padres, que sólo conocían las cuatro reglas, no entendían su lenguaje. Sólo la entendía la
señorita Francisquita, la que el pueblo
llamaba La loca de la Casa Grande. Una extraña enfermedad que de joven la había
trastornado, decían. La enfermedad en cuestión había sido un mal de amores que
su familia había ocultado bajo un engañoso diagnóstico médico. En la Casa Grande
no podían permitir que su hija única quedase embarazada, diese a luz en el
extranjero y quedase con el fruto de la
deshonra para toda la vida. Por eso le
quitaron su bebé nada más nacer y lo
dieron en adopción a sus caseros, alegando ser de una parienta lejana que había
muerto en el parto. Les habían hecho
jurar confidencialidad, nadie debía
enterarse, ni la pequeña. En pago de su
secreto, les entregaron una suma importante, casa y tierras.
Ni doña
Francisquita ni Alba conocían el secreto que las unía con tan importante vínculo
de sangre. Pero el destino, ayudado por la proximidad (vivían en el mismo
pueblo) hizo que la niña y su madre biológica se conocieran.
Alba siempre
llevaba encima un cuaderno atado con un cordel a la cintura. Este hecho,
extraño ya de por sí para una gente de pueblo, unido a un carácter introvertido
y solitario hicieron que la catalogaran de retrasada. Además estaba aquella
manía de escribir cosas raras. La veían escribiendo bajo los árboles, en los
bancos del jardín, sobre la hierba,
hasta mientras desayunaba, cualquier sitio era bueno para sacar el cuaderno
colgado de su vestido y escribir como una poseída a los dictados del demonio
(eso creían todos).
Doña
Francisquita también escribía poesía. Pero nadie la veía. Se cuidaba muy mucho
de ocultarse en su habitación y guardar bajo llave sus escritos. Desde que
había perdido su amor y su fruto no volvió a ser la misma. Solitaria e
introvertida como Alba y recluida por propia voluntad dentro de los muros de su
casa, lo único que se permitía fuera eran los largos paseos hasta el río.
Allí se
encontraron por primera vez.
Y a la primera
vez siguieron muchas veces más, hasta hacerse inseparables. Junto al cómplice río,
que las acompañaba con su líquida música, leían
poesía. Y así llegaron a quererse tanto que un buen día las dos
desaparecieron.
Los de la Casa
Grande removieron río y monte, pero fue
inútil.
Jamás aparecieronAngela fernández
Semella que estas poñendo os "deberes" ao día....
ResponderEliminarUn relato tenro, que dalgun xeito, ainda que non estea explícito, semella ambientado noutro seculo, o mesmo nome de doña Francisquita , a Casa Grande ... trasladame a outros tempos, cun final aberto. "...Jamas aparecieron" O lector pode facernos as suas conxeturas...
"Doña Francisquita..."Ela tamen levaba un caderno atado á cintura oculto.
ResponderEliminarQuero imaxinalas xuntas e seguramente fóra de ningun muro,habiten unha casa onde poidan ser elas mismas.