EL ÚLTIMO DÍA
DEL RECUERDO
Una bicicleta varada en un mar de
arena. Vacía de equipaje. Como ella, como tantas ellas extraviadas.
Aquel día era un día cualquiera,
de un mes cualquiera, de un año cualquiera. Un día igual al siguiente, amigo
del próximo, vecino del anterior. Pasó, como pasan los días, cuando éstos ya
son regalo sin premio, con la misma rutina, idéntica identidad, predecible y
concreto, uniformado de horas, aburrido hasta la nausea por repetitivo, cansino sin
esfuerzo ni sudor. Días terminales, que pasan sin pena ni gloria. La pena ya
suavizada por el peso del paso del tiempo, y la gloria, si algún día llegó, olvidada, por la lógica de las
prioridades vitales, y la ilógica de los humanos, que adoramos ese instante de
becerro efímero y luego caemos al abismo del no ser.
La bici quedó olvidada en un rincón del tiempo,
vaciada de vida, esperando la mano de
nieve, como el arpa. Es tema de la medicina, la pérdida de memoria, ya que sin
explicarlo la ciencia no lo entendemos, sólo lo
asumimos como un acto de fe infiel, o rechazamos como un acto de
protesta inútil. No entendemos cómo aquel día brillamos como el oro y hoy nadie,
ni nosotros mismos, nos acordamos de aquel deslumbrante brillo.
Como la solitaria bicicleta, perdida para
siempre en el óxido de los tiempos. Irrecuperable. Aquel día fue el último del
viaje. Ya desprovista de equipaje.
Y la mente entró, como la bicicleta
varada, en una nebulosa sin estrellas, cruce de caminos sobre la arena infinita…
buscando algo, no recordaba qué, quizás un cielo luminoso para caminar, tal vez
una senda de pisadas sobre el
desconocido océano, o quien sabe, el camino guiado a la incógnita de la eternidad.
Y allí quedó, varada, como tantas otras antes,
como las que quedarán varadas después. En un limbo de un tiempo sin tiempo,
donde se late sin vida. La vida se perdió en un laberinto sin salida, girando sobre
el mismo giro de noria loca, con los sentidos envenenados por el viento tóxico
de la enfermedad. Y la identidad desubicada en el mapa, y extraviada por los
entresijos del mal intruso.
Aquel día fue el primero, para ir
olvidando paso a paso hasta el gran olvido. Como una bici tumbada al salitre corrosivo de la arena sin luz.
A partir de ahí ella entró en el mundo de la secas
llanuras, del desierto incontable , donde
no se acuesta el sol en la línea recta del horizonte, demasiado lejos para
vislumbrarlo, demasiado quebrada la línea, demasiado camino arenoso por
recorrer sin agua.
Días sin pasado, o de demasiado pasado. Horas
lentas como goteras, monótonas. Sobre un suelo sin desagüe, se acumula el agua,
se desborda sobre los pensamientos y los lava de lógica y de medida. Y se
diluyen como el azúcar sobre la leche caliente.
Al final ( o al principio),
recuerdos, vivencias y proyectos se
entremezclan y emulsionan, como en una
receta sin medidas, y con resultado imprevisible. O previsible, por su ilógica,
en el mundo de la lógica de la cocina de autor.
En aquel día se hundió el último
recuerdo, para salvar mis días futuros en la generosidad infantil de los suyos,
ya casi sin pulsaciones, quedó su mirada de niña, y me dio el testigo, el
relevo.
Testigo de una vida, de una historia, de
hechos, algunos imposibles de probar, para trasmitirlos, silenciarlos u
olvidarlos. Como pasará con los míos, el
día que sea el último para recordar, si tengo testigos, fiadores de mi legado.
A veces, el comienzo del olvido, es el alivio
de un lastre del que no pudimos desprendernos en nuestro vuelo, o tal vez
tengamos la necesidad de reafirmarnos, en nuestra posición de pleno derecho,
como personas. O la comprensión, aunque sea tarde, de nuestra pequeña
contribución a la vida, y en otras vidas.
Hoy, primer día de olvidos, recupero tus recuerdos, para no olvidar los míos. Quiero montar en la bicicleta alada de los pasados y recorrerlos, uno a uno, como un recolector, para conseguir un buen vino casero.
Mañana, cuando yo misma entre en
ese mundo de las nieblas perpetuas, y me olvide de mis recuerdos y de los
tuyos, espero que alguien, con una foto, una carta , un dibujo, o simplemente
por la evocación física de algún sentido, un olor, un sabor, traiga algo de mi
presencia en mi ausencia, me reviva, por
un instante, en la instantánea de su presente.
¡Quien no desea vivir eternamente
en otro¡ Aunque sólo sea un instante de pedaleo.
Por eso traigo a mi memoria aquel
primer día, en que aparcaste la bici, dejaste de pedalear, y empezaron a secarse
los radios de tu memoria, como unas viejas raíces.
Raíces que se secan en la arena de la noche.
Raíces con historia que contar y sin sabia para escribir.
Por eso, a la sombra de tu
sombra, piel contra corteza, oído atento al rumor de las pocas hojas que
conservas, en esa hojarasca del último día de memoria y primero del olvido,
quiero recordar, y recuerdo, la frondosidad de otros bosques de tiempos
plantados en el pasado, la sabia fresca con la que me alimentaste, y tu cobijo
en la lluvia, cuando protegía mi primera bici, todavía de cuatro ruedas, contra
tu leño materno.
Ángela Fernández
Lin o teu relato coa emoción a flor de pel. É unha fermosa homenaxe a túa nai e a tódalas persoas que se perderon un día na praia do silenzo !grazas a deus! estás ti para lembralas .
ResponderEliminarPreciosa narración. Noraboa.
O teu relato estremece a pel e pon tenrura no corazón
ResponderEliminarE está tan ben escrito que hai que lelo unha e outra vez, porque, a pesar da súa tristeza é dunha fermosura impresionante.
A emoción vístese de palabras e as palabras de arte. Metáforas e imaxes entrelázanse para reconstruir a memoria perdida e recuperar unha ausencia do baldeiro da nada.
Trasmite realidade, emoción e beleza.
Bueno, Angela, en verdade que manexas a palabra coa habilidade dunha malabarista pero teño que dicirche que para o meu gusto, neste caso penso que se excede a forma sobre o fondo.
ResponderEliminarParabéns.