TELA DE FLORES
Terminó el invierno, al tiempo que acabaron los ahorros, los remiendos para tapar los agujeros, ahora jirones, de la crisis que no entendían. Eran horas difíciles en casa de la Filomena, marido en paro, y cuatro bocas que alimentar. Por no hablar de una madre sin memoria, y un hermano que entraba y salía de la cárcel como el sol de cada día. Un día, el hermano dejó de imitar al astro rey, y ya no volvió a salir. Este hecho alivió la economía de guerra, pero llenó de tristeza y ausencia la casa. Total por unos cuantos euros conseguidos por el método del tirón; pero no contaban con la rotura de la cadera y del brazo, defensor del bolso Loewe, de la que, además, era persona consorte influyente, y movió los hilos hasta tejer una gruesa cuerda con la que lo ataron a siete años y un día. Pedrusco, que así lo llamaban los pocos que lo querían, por bruto y por básico, sólo quería contribuir a la casa con una aportación económica que la sociedad le había negado, por bruto y por básico: duraba en los trabajos lo que dura una piedra (o pedrusco) en hundirse en el fondo del mar.
La niña cumplía siete años el día que entró con paso firme la primavera.
La gruesa capa de inclemencias del invierno daba paso a una primavera dispuesta a aflojar las ropas. Y la niña sintió el golpe de la carencia ante el espejo, tan sincero e incapaz de una mentira piadosa. Debajo del abrigo todo funcionaba, pero ahora, la doctrina de la nueva luz descubría todos los pecados inconfesables de su mejor vestido: demasiado corto, demasiado ajustado, demasiado ajado por el abuso de lavados, y sobre todo, demasiado oscuro.
Por eso Pedrusco, su tío delincuente, tan bruto y tan básico, pero tan querido por los pocos que lo querían, le juró (y fue su perdición) un nuevo vestido de flores, para hacer juego con la nueva primavera.
Filomena no daba para más. Cinco casas por horas y una oficina llegaban justas para arreglar, con ingenio, una comida escasa, alquiler, luz y agua. Además estaba la abuela desmemoriada, que sólo reconocía al gato y a los presentadores del telediario de las tres, a los que trataba como de la familia; y a la familia, que trataba como ajena, y de “mire usted”.
El ingreso del paro ya no llamaba a su puerta, así que el marido de Filomena, salía cada mañana y no regresaba hasta que la única farola del barrio se encendía. Unas veces con las manos vacías, otras con algo en especie, las menos, con dinero. La crisis, que nadie entendía, lo estaba engullendo, como una boa constrictor, y luchaba en vano por salir del estómago del animal antes de ser paralizado por los jugos gástricos y convertido en un alimento más.
Un día trajo consigo una recuperada sonrisa y un extraño paquete.
Había estado descargando en el puerto unos containers de una fábrica textil y le habían dado una pieza de tela, desechada por taras. Era estampada, de vistosas flores tropicales de gran colorido, sobre fondo blanco.
Y así fue como en casa de la Filomena entró, para siempre, la primavera.
La niña lució un hermoso traje floreado. La abuela una alegre falda de volantes, que aprovechó para mostrar, con recuperada coquetería, a los del telediario de las tres. Filomena se hizo un traje chaqueta de corte clásico. A su marido le confeccionó una camisa al más puro estilo caribeño. El gato tuvo su correspondiente mantita estampada. Y hasta sobró tela para reponer las raídas cortinas del salón y tapizar las seis sillas.
Y, como si de un hechizo se tratase, aquella explosión floral por los cuatro costados de la casa y de sus habitantes, atrajo al genio de la buena suerte; como al que encuentra, eso dicen, un trébol de cuatro hojas. Y su destino giró, de la deriva hacia ninguna parte, a veinticuatro grados a babor, y a toda máquina:
El marido consiguió un trabajo digno, a pesar de la crisis, en los almacenes de Inditex. El hermano fue indultado, por bruto y por simple. A la Filomena le pagaron más las horas, y pudo dejar dos casas. Y hasta la abuelita, que un buen día, de esa buena primavera, los reconoció a todos y a cada uno… aunque después, con su falda de volantes y sus recuerdos olvidados marchó a donde, algunos creen, que regresan de nuevo los recuerdos, y una mejor vida.
Y la niña, en su propia historia, aún por escribir, la Filomena sabía, que aquella tela estampada de muchas primaveras, siempre estaría enredada en la maceta de sus infantiles recuerdos… y bajo la tierra de sus probables olvidos.
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ResponderEliminarBueno, mira para o que che acaba dando un mandilón de flores, ata para a boa fortuna que falla fai.
ResponderEliminarEu teño o meu comezado pero vou máis amodiño, é real pero con remate menos feliz.
PARABÉNS.
Ti, miña Ánxela, gran golfista ademáis de escritora, sempre tan dilixente... E tan creativa. Mira para canto che deu un mandilón de flores...Para que unha auténtica primavera florecera na casa de Filomena.
ResponderEliminarGústame como constrúes os personaxes. Van xurdindo do propio entramado da historia , tan reais, tan de carne e oso... Encántame o da avoa.
Esta avoa recibiu hoxe un volante para a súa saia cheo de sabeduría humor e con toda a tonalidade de cores que a paleta da vida ten.
ResponderEliminarNon é doado falar da realidade así. Noraboa.