PRÉSTAME LAS BRAGAS
Sentado en uno de los bancos del patio, Julián, con los ojos aún llorosos, se entretenía contando las ventanas de su colegio. Y no le salían las cuentas. Unas veces contaba treinta y cinco y otras treinta y siete. Cuando estaba a punto de rendirse a su poca habilidad para con los números, apareció Lucía. Apenas se conocían, sólo de vista. Estaban en clases diferentes aunque en el mismo curso. Hola, ¿a ti también te echaron de clase?
Si, por culpa de mi compi que estaba copiando y cuando se acerca el profe me echa la chuleta a mi mesa y, claro, pensó que era mía. Esto no se lo paso tío. Y se supone que es amiga mía, ya ves. ¿Y a ti por qué te echaron?
Julián baja la vista y con el pie juguetea con el envoltorio de un chiche. Cosas que pasan, contesta.
Lucía sonríe. Conoce a Julián. Sabe que es un inadaptado. A menudo presenció las burlas y desprecios de sus compañeros. Siempre solo, o con algún niño más pequeño que camelaba invitándolo a golosinas. La verdad es que era un poco raro. Siempre tan repeinado, y con esos jerséis de colores imposibles. Por no hablar de su manera de andar. Parecía que pisaba huevos. Y sus manos, siempre revoloteando, como si estuviese cazando moscas. Bueno Julián, yo te he contado por que me expulsaron, lo justo es que tú también te sinceres conmigo.
Fue por una tontería. El memo de Jonatan me insultó. Y yo le tiré el diccionario a la cabeza.
Lucía vuelve a sonreír. Era más de lo mismo. Nunca se había parado a pensar en Julián pero ahora le daba mucha pena, siempre perseguido, menospreciado, insultado. Sus padres dirían que aquello era “acoso escolar”. Como el caso del niño que se había suicidado. Había salido en el telediario y todo. Y una ternura, como la que sentía hacia el vagabundo de su barrio, se le desató hasta las lágrimas. No llores, no es para tanto, estoy acostumbrado.
Si puedo hacer algo por ti, dímelo. Me gustaría ser tu amiga. De verdad.
Bueno, es difícil. Verás. Hay una cosa que me gustaría, pero no me atrevo a pedírtela, para mí sería como la prueba de fuego de nuestra amistad.
Pídeme lo que sea, Julián. Te acabo de decir que quiero ser tu amiga.
Bueno, vale. Pero cierra los ojos, así me dará menos vergüenza.
Lucía
cerró los ojos. Sintió la respiración cálida y con olor a regaliz
de Julián acercarse a ella. Por fin un niño iba a besarla.
Préstame
las bragas, le susurró al oído.Lucía abrió los ojos al tiempo que su mano derecha se lanzaba con dinamita hacia la mejilla de Julián, que quedó más roja de vergüenza que de dolor.
Degenerado,
gritó, ahora entiendo por qué te rechaza todo el mundo. No vuelvas
a dirigirte a mí, cerdo, más que cerdo.
Así
que Julián siguió reprimiendo sus gustos más ocultos. Esos que
provocaban en sus compañeros insultos y vejaciones. Esos que
provocaban en sus padres vergüenza y castigos. Esos que hacían que
tuviese que esperar a la cómplice noche para realizar: vestirse con
la ropa de su hermana.Angela Fernández.
Pois que cativa tan reparada ..... porque un favor fáiselle a calquera.
ResponderEliminarGústame o conto. Sabes que eu tiña unha idea moi semellante para este tema...? Alégrome que te me adiantaras porque dasme a "coartada perfecta"... para a miña preguiza.
ResponderEliminarPrecioso Ángela,cantos prexuizos se xeneran na nenez.
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